Un artículo de Paqui Castillo Martín
El pleno del pasado día 14 de diciembre, a pesar del frío reinante, fue calentito, calentito.
El señor Alcalde tuvo a bien elevar a pleno nuestro pliego de preguntas y ruegos, y a trancas y barrancas, porque los señores munícipes me interrumpieron todo el tiempo, pude, al fin, preguntar todas las preguntas y rogar todos los ruegos. Digo a trancas y barrancas porque cuando llegaba a la pregunta número siete, relativa al turismo en nuestro bienamado pueblo, alcalde y ex-alcalde se enzarzaron en una discusión que en un reality hubiera sido muy jugosa y hubiera subido como espuma de baño, sin duda alguna, las cuotas de audiencia. Mientras tanto, yo, con mi pliego pasado por registro y tenida a bien por su señoría su llevada a debate plenario, miraba boquiabierta y ojiespantada a los dos pesos pesados de la política vallestera deshacerse en halagos y mimos. Vamos, que se daban el aguabuche con piquitos y todo.
El ambiente, como digo, estaba caldeado. Más de una hora se consumió en echar culpas y reproches recíprocos que volaban sobre las cabezas de los presentes como pájaros de mal agüero. Y la deuda, la enorme deuda que corroe las entrañas de este ayuntamiento tan entrañable, era la causa belli . Los dos combatientes, con los rostros enrojecidos por el enojo y el emblema de la ofensa al adversario como escudo defensivo, parecían caballeros que cual Orlandos furiosos sin piedad se lanzaban al cuello del enemigo. A degüello. La deuda, la que ahoga nuestros corazones y no les deja respirar. La deuda que asciende ya a más de tres millones de euros. La deuda que emponzoña el alma y embota los cuerpos, impidiendo a las cabezas más sesudas pensar con claridad. Pobrecitos los políticos del pueblo, que corren el riesgo de no cobrar este mes, ni el que viene. Sí, hay una deuda tan grande que es posible que nos quedemos sin ayuntamiento, y eso sería el fin del mundo...
Como ya saben, el anterior de los párrafos se ha escrito desde la atalaya de la ironía. Porque les puedo decir que no es para tanto. Estoy sentada en el despacho de GDUA, en mis horas de atención a la ciudadanía -que no termina, sin embargo, de animarse a venir a contarme sus cuitas- y funcionan todos los servicios y suministros básicos: teléfono, luz, internet. En cuanto a nóminas, no sé, pues la mía es una nómina fantasma, porque pertenezco al sindicato de los Servidores de la Ciudadanía por Amor al Arte. Sí, no es para tanto, porque incluso en el peor de los casos, que sería el hundimiento, al estilo de la Casa Usher, de nuestro querido ayuntamiento, no ocurriría absolutamente nada. ¿Dónde se reunía el pueblo en los albores de la Historia para celebrar sus asambleas? En el ágora. Una plaza pública, abierta, con buena acústica y escaños en los pórticos. Nuestra polis vallestera no es mucho más pequeña que muchas de las ciudades-estado de la antigua Grecia y, a diferencia del período clásico, todos los habitantes somos ciudadanos a carta cabal.
Espero, sin embargo, que el edificio constituyente no se desmorone, porque sería el símbolo de la ruina de nuestra ya larga convivencia cívica a través de la institución de los munícipes. Pero si el cadáver político se descompone, quedará todavía el espíritu de un pueblo imaginativo, y a este espíritu es a lo que tendremos que apelar en los malos tiempos. ¿Que no hay dinero? Pues imaginemos, inventemos, creemos, construyamos, ideemos. Con mucho menos se fundaron reinos e imperios. Sólo es necesario un impulso, una ilusión colectiva.
Yo quiero colocar la primera piedra del nuevo edificio. ¿Quién me ayuda?
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