Sobre mi persona recaigan exclusivamente las responsabilidades judiciales que derivarse puedan de la publicación de este artículo
Aquel cálido y largo verano de
2006, Marbella se convirtió en el punto de mira de un país perplejo que
apenas volvía de echar la siesta cuando el ex edil de la localidad
entraba en prisión acusado de diversos delitos de cohecho y malversación
de caudales públicos.
No obstante, Muñoz fue sólo uno de
los más de noventa imputados que, durante el tiempo que duró la
Operación Malaya, desfilaron ante el impasible juez Miguel Ángel Torres.
Cuando Muñoz fue detenido, Malaya
ya iba por su tercera fase, pero en el preciso momento en que el ex
regidor pisaba la cárcel de Alhaurín de la Torre, España entera despertó
bruscamente a una realidad mediatizada por la telebasura que alcanzaba
tintes de tragedia.
Desde entonces no ha pasado día en
que la corrupción inmobiliaria, el fraude al fisco y el cobro de dinero
bajo cuerda no hayan puesto en entredicho la supuesta honradez del
estamento político.
Félix de Azúa ha inventado un
nombre para un fenómeno si no nuevo, si más conocido ya por el español
medio como parte inmanente de su bagaje democrático: cleptocracia. Me
parece un término dolorosamente adecuado para una sociedad que, en los
tiempos que corren, se queda dormida mientras los guardianes de lo
público se llevan a Suiza la alcancía con los ahorros de los sufridos
contribuyentes.
Casi cada provincia del solar
hispano tiene más de un municipio con las caras del concejo en el álbum
de fotos de la Policía Nacional. Un vergonzoso recuerdo para la
posteridad que me hace pensar en nuestra historia reciente, cuando el
amiguismo caciquil funcionaba a las mil maravillas bajo la sacrosanta
cobija de aquel Régimen de funesta memoria. Intentando huir de aquellos
barros, hemos caído en estos lodos…
Hemos tenido tiempo suficiente para
ir madurando el ideal democrático del cuerpo político pero, al parecer,
algo ha fallado. Ese cuerpo necesita un chequeo urgente, una
exploración profunda, porque está enfermo, no de una nadería cualquiera,
sino del colosal raquitismo que no le ha dejado en pie, tras décadas de
sistemática succión de sus sistemas linfáticos, ni la médula de los
huesos.
Pobre
democracia joven, cuyas tímidas raíces han fructificado en un país
ladino y viejo. Las antiguas costumbres se han injertado fácilmente en
el delicado tallo, como un cáncer tuberoso. Creo que el mal ya no tiene
remedio. Ojalá me equivoque.
Porque mientras pienso en si tengo o
no tengo razón, nuestros dirigentes, ya sean del equipo azul, ya sean
del equipo rojo, montan el numerito sacándose unos a otros los colores.
En lugar de responsabilizarse de la situación y de enfrentarla con
vergüenza torera, unos y otros han iniciado un juego de tenis al que los
pobres ciudadanos asistimos sin comprender si el lance ha sido set
o falta. Cada nuevo escándalo urbanístico es motivo de
persecución de un partido hacia otro y viceversa. Si ya es un oprobio
que esta caza tenga como objetivo echar delitos tan graves en la cara
del adversario, más lo es que no se institucionalicen medidas para
frenar a los artistas del escamoteo.
La crisis. Parecía tan lejana… era
cosa de unos cuantos bancos que no tenían las cuentas muy claras. Decían
que venía de América, y como una potente gripe trasatlántica al final
nos acabamos contagiando de ella. Me entra la risa floja cuando los
políticos de uno u otro signo hacen llamamientos a la calma. Lo que
nuestros gobernantes quisieran es administrarnos una buena dosis de
Prozac con la que amodorrarnos frente al televisor de nuestros pisos
hipotecados, mientras tras los cristales caen chuzos de punta. Muy al
contrario, es tiempo de salir a la calle a manifestar nuestro
desconcierto, nuestro desconsuelo, nuestra desesperación, porque la
fiebre, para nuestra desgracia, nos sigue subiendo. Echemos mano de
hemeroteca, hagamos memoria histórica, ahora que está de moda, y
recordemos aquel nefasto Crack del 29: un primer golpe de tos que nos
advirtió que el capitalismo financiero había tocado techo. Aún así, con
él seguimos, revistiendo sus injusticias mundiales con políticas de
protección social típicas de un welfare state derrochón,
despreocupado y más insolidario cada día. No hay derecho.
Acabo mi diatriba donde la comencé,
en el antiguo reino feudal de Muñoz y Compañía. Tiene nuestro Sur un
parecido sospechoso con la costa siciliana, y no sólo por los bellos
paisajes agrestes de campo mediterráneo, de olivar y viñedo que hace
unos miles de años nos trajimos de Roma. Marbella es el destino favorito
de las mafias internacionales para invertir en lujo el deplorable
objeto de sus tráficos. ¿Copiaremos también de Italia su modelo de
justicia, que como apunta Félix de Azúa es uno de los más inseguros de
nuestro entorno? Bien parece que la actuación policial, con su rosario
de detenciones y operaciones con nombres altisonantes es sólo la
minúscula punta de un sombrío iceberg cuyos hielos se ramifican por
todas las aguas del planeta en contacto con tierra firme. España es el
paraíso del clandestino que trafica con armas y con almas mientras pasea
impunemente por Puerto Banús –pequeña Panormo– a lomos de un Ferrari
Testarrosa ultima edizione.
Mientras me gano un pasaporte al
infierno con estas denuncias, España, indolente, duerme la siesta. Es
evidente que no me he tomado aún la dosis de Prozac ministerial que para
mi edad y peso me recomendó el gobierno, y por eso todavía me queda
lucidez suficiente para apagar el televisor y ponerme a escribir lo que
ustedes están leyendo. Espero que no les haya hecho pensar demasiado:
provoca arrugas, náuseas y alguna que otra úlcera de duodeno, lo tengo
comprobado. Si notan alguno de estos síntomas, vuelvan a su sofá con el
arrullo del televisor de fondo de pantalla protector de estómagos. Y,
por favor, sigan durmiendo.
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